domingo, 22 de febrero de 2015

LA FOTO REBELDE.


Cuando me casé con José, me comentaba que sus abuelos Vivian en un lugar muy bonito fuera de la ciudad. La casa la construyeron sus bisabuelos. Se encuentra en una alta colina dando al mar. Me contaban que las vistas y sus acantilados eran impresionantes. Yo tenía ganas de conocer esa casa pero nunca tuvimos tiempo de ir a visitarla. Su abuelo prefería venir a vernos a la ciudad.
En el 1951 el abuelo murió y nos dejó como herencia la casa del acantilado. José, los niños y yo cuando pasó  la ceremonia del funeral, decidimos ir a visitar nuestra herencia. Estaba bastante lejos de nuestra ciudad. Eran las diez de la noche cuando llegamos y llovía a cántaros. José tenía las llaves pero no podía abrir, así que llamamos y nos abrió una anciana con un pelo canoso, largo y desgreñado. Su mirada era asustadiza, para alumbrarse llevaba una palmatoria en la mano porque acababa de irse la luz. Benita (así se llamaba la criada) nos invitó a pasar y nos ofreció una cena fría en la cocina a la luz de la tenue vela. Nos acostamos, estábamos muy cansados pero yo no me podía dormir porque un ruido incesante en la ventana me tenía intranquila. Desperté a mi marido  y le comenté lo del ruido, éste me tranquilizó diciéndome que tan solo era la rama de un árbol que con el viento daba en la ventana.
 A otra mañana Benita nos tenía preparado un buen desayuno en el salón. Éste era amplio y con grandes ventanales desde donde se podía disfrutar de la grandeza y belleza del mar. Mirando a través de las ventanas me quedé un poco sorprendida porque no había ningún árbol cerca de la casa, por lo tanto ninguna rama podía dar en la ventana. La decoración del salón era con grandes cuadros rodeados de diferentes fotografías de la familia. Los niños entraron saltando y correteando, estaban contentos de estar allí. Mi hijo Juan de siete años saltó sobre una de las fotos colgadas en la pared y le dio un golpe con la mano. La foto era del abuelo en primer plano y tras él la imagen de una mujer con un niño. María, mi hija, le dijo:
-No le des a la foto, ¿no ves que el niño se ha asustado?
    El primer día fue un caos, llegaron arquitectos, electricista y fontaneros para ver el estado de la casa. Benita no estaba de acurdo con tantas reformas, andaba por la casa hablando entre dientes y pensativa.
    A los quince días de estar allí se vuelve a ir la luz. Benita se enfada porque culpa a los electricistas y a nosotros por la reformas, decía que el señor se enfadaría. Se vuelven a encender las velas, y a la hora de cenar mi hijo Juan con una sonrisa en la cara me mira y me dice que ya ha vuelto su amigo con su mamá. Extrañada por el comentario le pregunto que de qué amigo hablaba. Éste me señaló la foto donde estaba el abuelo pero que en este caso es el niño y la madre los que ocupan el primer plano. No quise hacer mucho caso porque nunca me fijé demasiado, pero a la mañana siguiente, me fijé y volvía a estar el abuelo delante. Me inquieté bastante y le pregunté a mi hijo sobre la foto, me dijo que su amigo cuando no había luz se acercaba porque quería jugar. Mi inquietud aumentó y pregunté a Benita sobre dicha foto. Ésta se puso muy nerviosa y me dijo que mejor no tocarla porque era la del señor y estaba hechizada. La tranquilicé, y poco a poco me gané su confianza, hasta el punto que me contó la historia. Es la imagen del abuelo con su otra familia a la que tenía guardada en segundo plano. Cuando el señor estuvo en las américas una larga temporada por sus negocios, formó otra familia, pero la señora nunca le dejó traerla, no podía soportar su engaño, pero él puso la foto en el salón, donde se ve a su otra mujer y su hijo, pero muy al fondo. Cada vez que la señora se sentaba a presidir la mesa la imagen cambiaba de posición, para imponerse ella también como anfitriona, sobre todo cuando se iba la luz. Esto llevaba de cabeza a la señora de la casa, a tal punto que enfermó. Su mente enloqueció pensado que la perseguía, pero nunca se pudo quitar la foto de la pared. Una noche de tormenta, la señora salió de la casa y se arrojó por el acantilado. Cuando Benita entró corriendo a despertar al señor, la imagen de la mujer y su niño predominaba ampliamente en el salón.
    Me dijo que me cuidara de tocarla o enloquecería yo también. El miedo me lo metió en el cuerpo, pero pensé que solo era una imagen y nada ocurriría. Cogí la foto y la guardé en un viejo baúl con todas las pertenencias y recuerdos del abuelo. Creo que por fin encontró su lugar cerca de la persona que amó y nunca más se supo de esa foto rebelde.