miércoles, 8 de noviembre de 2017

RECUERDOS DE MI NIÑEZ

RECUERDOS DE MI NIÑEZ

Soy una mujer de 56 años de edad. Nací en un pueblo pequeño de la provincia de Granada llamado Castilléjar. Muchas veces mis hijas me han preguntado que por qué no escribo algo sobre mi niñez, porque, aunque parezca extraño, en estos cincuenta y seis años la vida ha cambiado mucho. Muchas cosas de las que eran muy comunes en mi niñez, ahora se ven como prehistórico. He pensado que ya que voy a contar algo sobre esa época también lo haré en la jerga que se hablaba entonces en mi pueblo.

Yo era una niña que según mi madre parece que tenía azogue, estaba siempre de un lado para otro sin parar. Recuerdo la macoca que me dio un día porque jugando di un traspajazo y esturreé todo lo que tenía el baleo. En ese momento di un rabotazo y mi madre me dijo que parecía una pajuata, que mirara bien donde pisaba. Pero la macoca me la llevé.
Me salí a la calle y me fui al laero que había capota para coger y a mí me gustaba cogerla, venderla y ganarme unas perrillas para después ir a comprarme una jícara de chocolate. Entonces los chocolates tan solo nos daban cuando estábamos enfermos, como premio por tomarnos la amarga medicina, y yo como me gustaban me las ingeniaba para ganar perras y no tener que pedírselas a mi madre. Un día mi amiga y yo nos fuimos a unos barrancos en busca de más capota, (se acercaba la feria y necesitábamos dinero) y nos perdimos porque de una boja salió una bicha fea de grande. Tanto corrimos que nos efarriamos laero abajo. Nuestro aspecto ejalichao llamó la atención de unos zagales que estaban jugando con los perros. Para reírse de nosotras nos lo futaron  y tuvimos que salir ascape de allí, pero gracias a una mujer que salió con su gallá y los pudo espantar. -¡tuuba, deja las zagalas!.
Cuando llegué a mi casa mi madre estaba enfolliná porque no sabía dónde me había ido. Yo que seguía asustada me esjaznaté llorando y mi madre me dio un cálido abrazo y un pedazo de pan con una buena engañifa por dentro. Cuando me la comí, y ya me tranquilicé me entró una galbana que no podía tirar de mi cuerpo serrano, pero mi madre seguía diciéndome que mi amiga y yo éramos dos lipendas buenas y que tendría que recortarnos el ranzal.
Como nuestra cueva estaba cerca del río, me gustaba irme a jugar con todos los demás niños y niñas del barrio, en la siesta. Mi madre no quería que a esas horas yo me fuera porque decía que iba a pillar un ojosol y me pondría enferma. Ella hacía que me acostara y atrancaba la puerta con el tarugo para que no me fuera, pero cuando se descuidaba, me iba al río. Aunque yo me preocupaba de no pillar un torazón poniéndome un moquero con nudos en la cabeza. Mis amigas no hacían nada más que guiscarme y yo terminaba por quitármelo. Recuerdo un día caluroso de verano que me dio un faratute y mis compañeros me dieron agua del jarro que guardaba mi padre en la barja. Como la barja estaba al sol y el agua dentro, cuando yo me la bebí, al rato me dio una cagueta que me iba de varetas. Al final mi madre me prohibió irme con mis amigas porque decía que eran unas pelaspigas.(persona poco seria).
            Recuerdo con alegría mi niñez, porque fue feliz. Jugué en la calle al elástico, la ralluela, el dopi, las piolas, los cromos, el pilla pilla, el escondite y muchos más. Los niños libres y sin peligro jugando mientras los mayores se reunían para hacer trabajos a pionás vueltas. Esa era la forma de pagar. Tú me ayudas, yo te ayudo. Se juntaban para esfarfollar el panizo, para las matanzas y otras tareas donde reunirse era una buena excusa para poder compartir chascarrillos, dichos y cuentos de abuelas. Recuerdo cuando mi abuela iba a mi casa y en su faltiquera siempre llevaba alguna buena sorpresa para mí, aunque fuera una naranja. Que esa era una de las mejores, aunque cuando llevaba un azafate lleno de flores dulces también me gustaba.
Cuando los mayores terminaban de esfarfollar, solía coger los zuros y fabricarme una muñeca. El pelo era el de las panochas, dos caricas para los ojos y su boca una corteza fina de patata. Muchos fueron los ratos que yo jugaba con mis muñecas de zuros. El año que los reyes me dejaron en mis zapatillas una muñeca grande de plástico y con un vestido, mis  piernas me temblaban, estaba alucinando, fui la niña más feliz del mundo.



MARÍA PÉREZ GARCÍA

Fotografía de la voz del mundo
            

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